Una historia en el taller
Sebastián Cillóniz Isola
– Tu proyecto me hace recordar algo. ¿Has visto la casa de –inserte el nombre de un viejo conocido–?
– No profesor.
– ¿No has visto? ¿Oye, pero qué te están enseñando en historia?
¿Te identificas? Me pasó, lo escuché en el taller. Es más, no me sorprendería que yo mismo lo haya dicho alguna vez. Lo escuché y lo repetí como profesor, emulando patrones que me fueron enseñados.
Pasa tan seguido en la escuela que los talleres de diseño son el principal culpable de la angustia generada por no saber de tal o cual proyecto, arquitecto o corriente. Esta angustia se ha transformado en una constante y a veces agotadora sed por consumir referentes. Hoy, gracias al torrente de información digital, es rutina ver, seguir y dar “me gusta” a proyectos, oficinas y trabajos de tesis.
¿Oye, pero qué te están enseñando en historia? ¿Qué quiere decir el profesor de taller, que te falta conocimiento de referentes entonces? ¿La historia es la construcción de una cronología de referentes que servirán para diseñar?
Sin duda se esperó de mí y se espera que tú también tengas – y construyas – una cultura arquitectónica. ¿Cómo no podrías tenerla? Estás en contacto con edificios desde el inicio de tu vida. Probablemente naciste en uno, vives en uno, estudias en otro, compras en otros. Pero no todos los edificios fueron creados iguales. Hay mejores edificios que otros. Hay arquitectura y luego construcciones anodinas, no por nada Walter Gropius dijo que la arquitectura comienza donde termina la ingeniería. Si bien somos quienes pensamos los edificios, no todos son dignos de ser pensados.
La cultura arquitectónica se construye consumiendo edificios. ¿Tiene sentido, no? El taller produce nuestro objeto disciplinar: el edificio. Se aprende mirando, replicando y proyectando. Para hacer un edificio hay que imaginarlo, diseñarlo, dibujarlo, modelarlo.
Adrian Forty, en una charla titulada “Dissecting the Cadaver” (AA School of Architecture, 2015), dice que no tenemos una habilidad innata para leer edificios. Suelen ofrecer resistencia a ser entendidos, a develar sus significados de manera directa. Es decir, estar en contacto con edificios desde que naciste no te hace capaz de producir arquitectura sin la debida instrucción. Aprender a mirar edificios es difícil, nos tienen que enseñar a hacerlo. ¿Ves la contradicción?
¿Oye, pero qué te están enseñando en historia? Nuevamente, ¿qué quiere decir el profesor de taller? ¿Cuál sería, si la hay, la diferencia entre cultura e historia? ¿Es el enfoque temporal, la historia es el pasado y la cultura el presente? Te preguntarás cuántos años tienen que pasar entre el edificio y su posterior estudio como historia. Me hice la misma pregunta y fue recién mientras cursaba estudios de maestría que revisé a profundidad las épocas posteriores a la modernidad canónica. La historia, finalmente, te otorgará una de las herramientas más importantes del arquitecto: poder diseccionar, desmantelar las lógicas y retóricas internas de los edificios con el propósito de reproducirlas en tus propios proyectos. Esta herramienta deberás aplicarla al entorno disciplinar en el que te encuentras, a tu cultura arquitectónica. A aquel cuerpo de edificios con los que decidas rodearte para construir la plataforma desde la cual saltarás, con la esperanza de avanzar la disciplina.
Pero no es solo la vorágine de referentes la que invade los talleres. Ellos son también ávidos consumidores de habilidades, inteligencias, otras disciplinas, etc. No puedo dejar de preguntarme qué hay detrás de esto. Obsesionado con la naturaleza del ensayo, de ensayar, de ese acto de pesar algo (significado etimológico), me pregunto qué hay detrás de que el taller de diseño sea ese curso que quiere ensayarlo todo. Es como un agujero negro que, insaciable en su frenesí de capturar toda teoría, todo discurso, toda inteligencia, quiere tragarse a todos los demás cursos. Si el profesor de taller tiene un listado personal de proyectos “históricos” que a su juicio tenemos que conocer, ¿tendría entonces sentido volver a anexar las historias al taller?
¿Qué te están enseñando en historia? Por largos años me quedé pensando en ese comentario. No solo interrogando mi formación académica de todo aquello que denominamos como "historia de la arquitectura" y su relación con la construcción de una cultura arquitectónica, sino más bien, y quizá más interesante, reflexionando sobre el papel de los talleres de proyectos—y su rol en la enseñanza del edificio a través del diseño—en el aprendizaje de nuestra disciplina. Me atrevo a decir que es casi inexistente la situación que un profesor de historia te pregunte ¿Oye, pero qué te están enseñando en el taller? Este curso, y quienes lo dictamos, parecemos nunca poner en duda sus estructuras ya cimentadas, pero, como desde la duda aparecen las fisuras, la fricción, y ellas son espacios de fertilidad creativa, interroguemos un poco más al taller.
El taller es el espacio donde te formarás como arquitecto. La relación entre arquitectos y edificios es fluctuante. En ocasiones, la forma construida ha servido como herramienta para proyectar una forma de ver el mundo. En otras ocasiones, los arquitectos se han distanciado de la forma construida, pero no de los edificios. La forma en que se aborda la forma construida en los talleres de diseño fluctúa en resonancia. Hoy esa fluctuación es más evidente que nunca y, dependiendo de la escuela que mires, su ubicación en ese espectro entre necesidad y obsolescencia variará. Sabrás que en Perú la falta de infraestructura resultará en la innegable producción y construcción de edificios, pero estos están en crisis al ser representantes de un modelo de orden mundial que quizás tú mismo seguramente exiges que sea revisado. Esta paradoja del edificio es la realidad a la que en poco tiempo te enfrentarás como arquitecto, para la que los talleres, y demás cursos, te habrán formado.
Te puedo contar que los talleres de diseño suelen ser de dos tipos. El primero es el taller como simulación del ejercicio profesional. A través del proceso de proyectar un edificio, de entender sus complejidades y de aproximarse pedagógicamente, crítica tras crítica, a su forma final, te van instruyendo en qué implica diseñar un edificio, en qué harás cuando termines tu formación universitaria.
Se plantea enseñar a diseñar, diseñando, en una simulación del entorno profesional, que a veces no es tal. Es un intento de explorar las complejidades inherentes a un proyecto de arquitectura pero eliminando estratégicamente –porque no son consideradas variables pedagógicas– muchas de las constricciones que hacen posible el ejercicio de nuestra disciplina. Al eliminar presupuesto, ingeniería competente, tendencias del mercado o promotores, solo quedan realmente establecidas las constricciones de sitio y programa.
¿Qué le da valor a tu proyecto como arquitectura entonces? Intentarás valorarlo desde una mirada externa a la arquitectura, sin importar que consideramos que “pensar un proyecto arquitectónico es indesligable de la inserción de variables de otras disciplinas, con sus derroteros y necesidades específicas, pero que el proyecto de arquitectura tendrá a bien resolver de manera compleja y pertinente” (Cortegana, 2021, p. 113). Es decir, aquello que lograrás incorporar a las decisiones de diseño específicamente arquitectónicas, la organización espacial, las decisiones materiales, constructivas, técnicas, etc. usualmente se verán opacadas por otras que no son de nuestra competencia. Esperarás entonces que tu profesor, otro arquitecto, se convierta en alguien versado en todas estas variables si deseas obtener una retroalimentación real y productiva sobre tu proyecto.
Esto genera una paradoja. Tu crítico de taller será seguramente un buen arquitecto, pero un inexperto geógrafo, sociólogo, político, economista, etcétera. Se valorará tu proyecto mientras mejor colapses múltiples variables de otras disciplinas en un edificio. Tú deberás ser también ese inexperto geógrafo, sociólogo, político, economista, etc. con el riesgo de ser también un arquitecto amateur.
Es irónico pensar que una de las disciplinas más colaborativas de la historia de la humanidad, la de construir edificios, suela siempre reducirse a un solo personaje. Además, al tratar de simular la realidad proyectual, se te prepara para aceptar condiciones laborales irrazonables y explotadoras. Jeremy Till, en una ponencia para la Facultad de Arquitectura de Yale titulada “Educating Otherwise” denuncia que la estructura de validación (la crítica) y de calificación (el jurado) es un modelo sumamente conservador de hace 300 años que termina siendo una transferencia de poder más que una de conocimiento (Yale School of Architecture, 2018). No dormir y trabajar sin descanso se presumen como agentes intrínsecos de la práctica profesional que deben ser establecidos desde tu formación.
El segundo tipo de taller se distancia de la mencionada formación profesional. Se enfoca más en los aspectos autónomos de la disciplina y busca especular sobre ellos. Se habla de tipologías, conceptos, estrategias de diseño; se utilizan diagramas y dibujos complejos. Proyectar es visto como un acto de voluntad irresoluble de un arquitecto donde la crítica colectiva y jerárquica opera simultáneamente dentro del lenguaje de nuestra disciplina.
Esta pedagogía difícilmente se compromete con el desarrollo, el rigor y las normas que la teoría y la academia exigen. Probablemente se prescindirá de clases o charlas teóricas dentro del taller. Se presumirá que serás tú quien aporte todo el conocimiento obtenido desde tu ineludible contacto con lo edificado que, como ya hemos visto, no garantiza un saber disciplinar ni profesional. Sin la rigurosidad propia de la teoría, habrá poco énfasis en la bibliografía y será reemplazada por la búsqueda de referentes. Seguramente, el profesor querrá saber por qué su lista personal de edificios imprescindibles no ha sido repasada en tus cursos de historia y esperará que su cultura arquitectónica se convierta en la tuya.
La revista que estás leyendo invitó a la reflexión sobre la enseñanza después de la pandemia, a pensar el espacio de aprendizaje y los retos y frutos de la virtualidad. Pensarás, quizás, cuál es el rol del espacio en complicidad con las tecnologías digitales, mientras un archivo de Autocad y otro de SketchUp parpadeaban en la pantalla de una computadora portátil que se mantiene encendida desde un cable que cuelga del sistema de conexiones eléctricas, puesto casi una década después de la inauguración del edificio. No estuvo pensado originalmente para sostener un entorno digital. Sin embargo, con la pandemia nuevamente, lo digital llegó a la fuerza, la maqueta se volvió temporalmente poco práctica, o mejor aún, innecesaria, y se esperaron generar alternativas para la enseñanza.
La pandemia sin duda cambió las herramientas que usamos en los talleres pero te pregunto: ¿qué otras oportunidades se han aprovechado? ¿Se ha problematizado acaso la enseñanza de la arquitectura más allá de la imposibilidad de una maqueta o una impresión? Esto último ya se ha hecho antes, cuando en 1988, y por más de una década, Bernard Tshcumi, en su rol como decano, lideró una especulación metodológica con el uso de la computadora (Revilla, 2014) con los “paperless studios” de la universidad de Columbia.
Pasada la pandemia, te puedo decir que siguen poco alteradas las estructuras pedagógicas, empoderadas con nuevas herramientas. Lo que definitivamente hizo la pandemia es evidenciar que ya es urgente su revisión.
Vuelvo a la paradoja del edificio, que es también la paradoja del taller de diseño: su necesidad y su obsolescencia. Tu paso por probablemente ambos tipos de talleres de diseño se ha cristalizado en una conclusión sintomática de las escuelas de arquitectura: el edificio es entendido como el resultado inequívoco y necesario de un conjunto de condiciones territoriales, históricas, geopolíticas, ambientales, por mencionar algunas. Habrás desarrollado una habilidad argumentativa estratégica para filtrar deductivamente estas condiciones, generalmente fuera de la disciplina arquitectónica, de modo que un edificio se convierte en la conclusión evidente para resolver la mayoría, si no todos, los problemas identificados. El edificio se convierte en el efecto de un conjunto de causas que son acertadamente identificadas, o estratégicamente creadas para que un edificio tenga sentido. Pero un edificio probablemente no será la respuesta a estos problemas sociales, ambientales o geopolíticos.
Los arquitectos, sin duda, seremos parte de los procesos involucrados en las nuevas infraestructuras que el Perú desesperadamente exige. Lo que se enseñe a los futuros arquitectos, para fomentar un cuerpo competente de profesionales, tiene que comprender las sutilezas de la paradoja descrita anteriormente: la necesidad y la obsolescencia de los edificios.
Como arquitecto y profesor de arquitectura hoy, y como estudiante de arquitectura hace quince años, creo que nuestro objeto disciplinar sigue siendo el edificio. Eso no ha cambiado, lo que ha cambiado es la naturaleza del mismo.
Te enfrentarás pronto a un cúmulo de opiniones sobre la arquitectura, tantas maneras de operar con ella, tantas maneras de enseñar. Mark Wigley dijo que el arquitecto es la única persona que no sabe lo que es un edificio. Que para nosotros, los arquitectos, el edificio no es un cúmulo de certezas como claramente lo es para los laicos (CriticalThoughtTV, 2012). Justamente por eso estamos obsesionados con los edificios, porque los queremos entender. ¿Compartes esta obsesión? Wigley dice que los arquitectos no construyen edificios sino construyen ideas sobre edificios, ideas edificadas. (CriticalThoughtTV, 2012) Reinhold Martin dice que “Como regla, el arquitecto no construye. Dibuja, escribe, anota, diagrama, modela, mapea, esboza, fotografía, anima y visualiza objetos, espacios y territorios…” (Martin, R. s.f.) Adrian Forty cuenta que “…la arquitectura no [es] una disciplina de un único medio, sino que existe a través de una pluralidad de ellos…”? (Forty, A. 2018). ¿Qué opinas, como alumno, como futuro arquitecto?
La arquitectura hoy está evolucionando a entender su posición “en relación” a lo edificado y no solo como su productora. La formación del arquitecto definitivamente debe contemplar nuevas instancias de eso que llamamos “lo edificado”. Debe reconfigurar su relación con el edificio, con sus modalidades de producción, con sus procesos, sus políticas y las redes multidisciplinares que inevitablemente teje. Una mirada contemporánea estará nutrida de las herramientas para operar dentro de la cultura arquitectónica. El referente deberá entenderse como un reflejo de la cultura arquitectónica y su selección y uso deberá contemplar las vicisitudes tanto disciplinares como profesionales que nuestro campo demanda en el siglo XXI.
Te conté sobre los dos tipos de talleres: el profesionalizante y el especulativo disciplinar. En el primero, la eliminación de variables, si el interés es formar un conocimiento técnico profesionalizante, resulta contradictorio. La ausencia de variables hace que la realidad profesional sea más rica y problemática que la que plantea el taller. En la realidad profesional las múltiples variables operan friccionadas y posibilitan la creación de proyectos complejos. De existir, la eliminación de variables deberá ser estratégica para no correr el riesgo de soluciones preestablecidas pues estas usualmente se valoran desde fuera de la disciplina, “lo teórico” queda fuera de la arquitectura. El segundo, el modelo más autónomo, busca generar preguntas sobre nuestra disciplina a través del proyecto. Entonces se vuelve inevitable retornar al edificio como objeto disciplinar y, al hacerlo, se presume que ya sepas diseñar un edificio. Utilizando el espacio académico, la teoría y la historia se busca dar valor al proyecto dentro de un espacio de referentes muy bien curados, de una cultura arquitectónica que resuene con el interés del profesor.
Pareciera que un tipo de taller precede al otro. Un taller solo opera dentro de certezas, otro solo dentro de inquietudes. El profesional solo puede resolver problemas, sin decretar si son relevantes para su campo o no. El especulativo solo puede hacerse preguntas, pero necesita del objeto disciplinar para hacerlas. ¿Te vas dando cuenta? El profesional quiere/necesita que sepas de historia y teoría (y con ella sepas responder a tu cultura arquitectónica), mientras que el especulativo quiere/necesita que tengas un conocimiento técnico.
Tu mirada sobre la cultura arquitectónica aparece como aquella constante que negocia con la fricción entre ambos tipos de talleres. Deberíamos buscar el punto de contacto entre la obsolescencia del edificio y su necesidad para entender nuestro papel como parte del complejo tejido disciplinario y profesional que se teje cuando se necesita producir un edificio. La historia te permitirá reconocer y explicitar la enorme cantidad de constricciones que confluyen en el proyecto arquitectónico. Necesitarás tener la solvencia técnica para calibrar correctamente los problemas disciplinares especulativos que el futuro demanda. Las preguntas disciplinares no se dan automáticamente, como dice Enrique Walker (2014), sino que se colocan en el proyecto luego de que un arquitecto decida estratégicamente enfrentarlas, hacerlas entrar en fricción para producir un hallazgo. De esta manera, dice, las constricciones pueden “... convertirse en fuentes de invención cuando su encuentro es, por un lado, inesperado, cuando no permiten fácilmente soluciones recurrentes, o cuando su encuentro es, por el otro lado, calibrado, cuando hay suficiente espacio para moverse, aunque tampoco hay espacio para moverse lo suficiente.” (Walker, 2014).
Abro este ensayo con una anécdota, preguntándote o más bien preguntándome a mí mismo, acerca de la naturaleza del taller de diseño como curso, como pilar de la formación de un arquitecto. Un repaso autobiográfico quizás (pero no por eso menos afinadas sus preguntas) a las formas detrás del curso encargado de producir la forma arquitectónica. Pasan décadas desde fundadas las escuelas, pasan cambios de liderazgo, pasan pandemias, ¿por qué el taller de diseño como curso queda exento de cualquier cuestionamiento? ¿Por qué queda removido de posibles revisiones, no de sus contenidos o competencias, sino de sus estructuras medulares? La arquitectura debe seguir hablando de edificios, de cómo producirlos y cómo pensarlos. El hacerte estas preguntas sobre la forma en la que nos enseñaron puede ayudarme a calibrar mejor las preguntas que hoy hago cuando es a mí a quien le toca enseñar.
Cierro este ensayo diciendo que el taller, dislocado hoy de la realidad profesional y académica, es historia. Pero al cerrar así, abro nuevamente. Nuestra realidad profesional, nuestro pasado constructivo y nuestra creciente producción teórica como cuerpo docente son espacios fértiles para, siempre desde las fisuras, fortalecer la formación del arquitecto. Para una realidad como la nuestra, para que el taller haga historia; pongamos en crisis aquello que tomamos por sentado.
Ensayo publicado en:
Revista de Arquitectura PUCP
A19 Espacios de aprendizaje
Año 14, n° 19, Septiembre 2022
ISSN 2072 - 1056
Imagen 1.
Arquitectura PUCP. Parada de Proyectos, 2019.
Imagen 2.
Arquitectura PUCP. Sesión de taller presencial, 2022.
Imagen 3.
Columbia GSAPP. Entrega final de taller, 2021.
Imagen 4.
Columbia GSAPP. Entrega final de taller, 2021.
Imagen 5.
Harvard. Las bandejas de Gund Hall en entrega final, 2021.
Imagen 6.
Universidad de Lima. Entrega final de taller, 2019.
Bibliografía
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Bennet, S., Fryer, W. (2019) “Taking Back the Crit: Contextualizing through Feedback”. En University of Colorado Denver. Proceedings: Constructing Context
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Cortegana, R. (2021) “La enseñanza de la arquitectura desde el proyecto”. En Manrique, Renato (Ed.). Bases 2. Arquitectura PUCP, pp. 112-115.
CriticalThoughtTV (25 de junio de 2012) “Mark Wigley | Architectural Theory: A View of Structure” [Archivo de Vídeo]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=107m4d_07yw
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